Salud mental, entre la Ciencia y el Arte.
La salud mental como un arte sensible y complejo
Uno de los aspectos que siempre me ha resultado especialmente revelador en el campo de la salud mental es el grado de desadaptación que implica cada patología. No se trata solo de cuadros clínicos o diagnósticos estandarizados, sino de realidades humanas atravesadas por una intensidad distinta, según la dimensión y gravedad del trastorno. La forma en que una persona se desajusta, se margina o sufre en silencio nos habla tanto del diagnóstico como de la singularidad de su historia y contexto.
En este escenario, la palabra del profesional no es un simple recurso terapéutico: es un arte. La manera en que un psiquiatra o psicólogo se vincula con su paciente, cómo lo escucha, lo nombra, le transmite esperanza o contención, puede marcar la diferencia entre un proceso transformador y uno estancado. Hay profesionales que logran una llegada empática, casi poética, que conecta con el núcleo emocional del paciente. Otros, quizás más técnicos o distantes, pueden generar una barrera invisible que inhibe el proceso de sanación.
La medicación en salud mental también es un arte. No se trata solo de ajustar dosis según protocolos, sino de conocer profundamente a la persona, su historia, su sensibilidad, su cuerpo. La farmacología puede ser una herramienta poderosa, pero solo cuando se la emplea con criterio clínico fino y humanidad.
En este entramado aparece también el efecto placebo, ampliamente estudiado, y su opuesto menos conocido: el efecto nocebo. Este último alude al daño o empeoramiento que puede producirse simplemente por una sugerencia negativa, una palabra desafortunada, una actitud fría o mecanizada del profesional. En este sentido, entra en juego el concepto de iatrogenia médica: el daño causado no por la enfermedad sino por la intervención sanitaria misma.
Neuroplasticidad, resiliencia y sentido: miradas que enriquecen
El neurólogo Álvaro Pascual-Leone ha demostrado, a través de rigurosas investigaciones, que el cerebro humano tiene una capacidad extraordinaria de transformarse a partir de la experiencia, incluso en la adversidad. Su trabajo sobre neuroplasticidad ofrece una base científica para la esperanza: nuestras conexiones neuronales no son fijas, y la intervención adecuada —terapéutica, educativa, artística— puede reconfigurar patrones profundamente arraigados.
Esta visión se complementa con la del psiquiatra y neurólogo Boris Cyrulnik, quien desarrolló el concepto de resiliencia. Él sostiene que el sufrimiento psíquico no es una sentencia definitiva, y que es posible resignificar el trauma a través de la narración, la empatía y, muy especialmente, el arte. En sus palabras: “La herida no desaparece, pero puede dejar de sangrar cuando se la transforma en relato”.
El neurólogo y escritor Oliver Sacks, por su parte, nos recuerda que detrás de cada patología hay una historia única. En sus libros, como “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, rescata con ternura y respeto la dimensión humana y creativa de las personas que enfrentan condiciones neurológicas severas. Su enfoque humanista nos inspira a ver más allá del diagnóstico y a percibir la riqueza del sujeto que habita en cada paciente.
Finalmente, el psiquiatra y sobreviviente del Holocausto Viktor Frankl introdujo una idea que sigue siendo faro en la salud mental: el ser humano puede soportar casi cualquier dolor si encuentra un sentido. Desde su enfoque logoterapéutico, Frankl invita a pacientes y profesionales a buscar esa chispa de sentido incluso en las situaciones más oscuras. Su célebre frase lo resume con precisión: “Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”.
Conclusión
Todos estos aportes nos invitan a pensar la salud mental no solo como una disciplina científica, sino como un campo profundamente humano, ético y artístico, donde la sensibilidad, la escucha, la palabra y la relación son herramientas tan poderosas como cualquier psicofármaco o manual diagnóstico. La verdadera transformación no se produce solamente desde el síntoma, sino desde el vínculo, desde la mirada y desde la historia que juntos —paciente y terapeuta— se animan a reescribir.
Por Pablo Bartolomeo
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