Arte y trauma
Genialidad emergente: el arte como revelación tras un trauma
Por Pablo Bartolomeo
A lo largo de la historia clínica y artística contemporánea, se han registrado casos extraordinarios de personas que, tras un accidente, una lesión cerebral o una enfermedad neurológica, desarrollaron una sensibilidad artística inusitada. Algunos comenzaron a pintar compulsivamente; otros encontraron en la música una vía de expresión que parecía surgir de una dimensión latente de su cerebro. En otros, como el célebre caso de Clive Wearing, la música fue lo único que resistió el colapso de la memoria.
Estos casos despiertan no sólo admiración y asombro, sino preguntas fundamentales: ¿Dónde reside la creatividad? ¿Puede el trauma despertar capacidades ocultas? ¿Qué revela esto sobre la estructura del cerebro humano?
El caso de Clive Wearing: música en el abismo del olvido
Clive Wearing, músico y director coral británico, sufrió una encefalitis herpética en 1985 que le destruyó partes del hipocampo y otras regiones asociadas a la memoria episódica. Desde entonces, vive con una amnesia profunda: solo retiene información durante unos pocos segundos. No puede formar nuevos recuerdos, ni reconocer lo que ha hecho momentos antes.
Sin embargo, cuando se sienta al piano, algo milagroso sucede: puede tocar piezas complejas con fluidez, recordar partituras enteras y dirigir con precisión. Su amor por la música permanece intacto.
El neurólogo Oliver Sacks, quien estudió y escribió sobre su caso, sostenía que “la música era su memoria emocional y estructural, su única continuidad con el mundo”. Este caso conmovedor revela la autonomía relativa de los sistemas cerebrales: la memoria procedimental (cómo se hace algo) puede sobrevivir a la devastación de la memoria declarativa (lo que se recuerda explícitamente).
Trauma y creatividad emergente
Existen también casos de personas que, sin antecedentes artísticos destacados, comenzaron a crear obras de gran belleza y complejidad tras una lesión neurológica o un trastorno cerebral. Es lo que se ha denominado en la literatura médica como síndrome del savant adquirido.
Uno de los casos más documentados es el de Jon Sarkin, quiropráctico estadounidense que sufrió un derrame cerebral en 1988. Tras meses de rehabilitación, comenzó a dibujar obsesivamente, con un estilo espontáneo y cargado de símbolos. Su arte ha sido expuesto en importantes galerías. Sarkin afirma que no puede evitar dibujar: “es como si una nueva voz se hubiera activado en mi mente”.
Otro caso impactante es el de Derek Amato, quien tras golpearse la cabeza en una pileta, comenzó a tener sueños musicales y a tocar el piano con una habilidad que nunca antes había tenido. Aunque no sabe leer partituras, compone piezas complejas guiado por una especie de “visualización” de las notas en su mente.
¿Explicaciones posibles?
La neurociencia no tiene aún respuestas concluyentes, pero hay hipótesis sugerentes. El neurólogo Álvaro Pascual-Leone, pionero en estudios sobre neuroplasticidad, ha demostrado que el cerebro puede reorganizarse radicalmente tras un trauma, “liberando” funciones que estaban inhibidas o latentes. En muchos casos, una lesión en el hemisferio izquierdo (más lógico y verbal) puede llevar a una mayor expresión del hemisferio derecho, más intuitivo y visual.
Pascual-Leone sostiene que “el cerebro no está determinado de forma rígida por la genética, sino que se esculpe a través de la experiencia, el aprendizaje… y también del daño”. Esta capacidad de adaptarse y de generar nuevas conexiones puede explicar por qué algunas personas desarrollan habilidades nuevas tras una lesión: el trauma actúa como un catalizador de reorganización funcional.
El psiquiatra y neurólogo Boris Cyrulnik, por su parte, nos recuerda que el arte no es solo una consecuencia del trauma, sino también una forma de resiliencia. En su concepto de “resiliencia estética”, el arte permite simbolizar el dolor, transformarlo, narrarlo desde otro lugar. Tal vez por eso, algunas de estas personas no solo desarrollan capacidades inesperadas, sino que las viven como una forma de reconfigurar su identidad.
Conclusión
Estos casos no deben ser romantizados ni tomados como ejemplos de que “el sufrimiento ennoblece”. Pero sí nos muestran con fuerza que el cerebro humano guarda secretos aún no revelados, que la creatividad puede surgir en los márgenes del caos, y que el arte es, muchas veces, una vía de acceso privilegiada a lo más profundo del ser.
Desde la perspectiva educativa y artística, estos testimonios abren nuevas puertas para pensar la relación entre trauma, expresión y potencial humano. Y tal vez, como diría Sacks, para aceptar que “la música y el arte no solo nos definen, sino que pueden ser lo último que perdamos, incluso cuando todo lo demás desaparece”.
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