Cuando Robert Zatorre (Buenos Aires, 1955) se interesó por la música como vehículo para entender mecanismos básicos del cerebro, 20 años atrás, pocos eran los que confiaban que pudiera aportar nada significativo. Hoy, asegura, la situación ha cambiado radicalmente. Gracias a los tonos musicales pueden observarse fenómenos ligados a la plasticidad del cerebro, cambios anatómicos e incluso diferencias en la conectividad neuronal. El conocimiento acumulado en estos dos decenios complementa la relación entre el habla y el cerebro, al tiempo que introduce claves de interés médico. Zatorre, neurofisiólogo de la Universidad McGill de Montreal, participó recientemente en una conferencia organizada por CosmoCaixa Barcelona.
Pregunta. ¿Qué nos explica la música en relación con el cerebro?
Respuesta. La música afecta a muchas habilidades cognitivas y motoras, como la percepción, la memoria, la atención o las emociones. Personalmente, me interesa explicar las funciones cognitivas humanas a partir de las conexiones neuronales y su reflejo en zonas concretas del cerebro. De ellas la que más me atrae es la corteza auditiva, en particular, las áreas que mayormente nos distinguen a los humanos de otras especies. La música y el habla son los dos rasgos que más contribuyen.
P. En sus trabajos sugiere que gracias a la música pueden constatarse modificaciones en el cerebro. ¿A qué nivel?
R. En la corteza motora, en particular la zona que controla los dedos, hemos detectado cambios específicos en el cerebro. Son adaptaciones que resultan probablemente de la experiencia en el manejo de un instrumento musical y que revelan un cierto grado de plasticidad cerebral. Por otra parte, las técnicas de resonancia magnética nuclear o las magnetofotografías demuestran la existencia de una respuesta neuronal más importante a un tono musical en forma de adaptación. También revelan cambios anatómicos vinculados al sistema motor y regiones de la corteza con mayor densidad de materia gris.
P. ¿Es la práctica la que induce modificaciones en el cerebro o es lo contrario?
R. Parte de la comunidad científica cree que se trata de una plasticidad que depende del uso. Pero eso no quita que haya tendencias o predisposiciones preexistentes. Es decir, que este tipo de plasticidad se dé en individuos que por alguna razón estén más preparados. Lo que sí sabemos es que se produce sobre todo en los que se han iniciado en la música de jóvenes. Y cuanto más tiempo pasa, menos plasticidad se observa.
P. Por tanto, si se trata de aprender música, mejor siendo niños que adultos.
R. En efecto. La mayor plasticidad cerebral se da en edades cercanas a los cinco años. A partir de ahí va disminuyendo y cae de forma importante sobre los 12 años. A partir de esa edad el aprendizaje no resulta imposible, pero sí mucho más difícil. El cerebro se va a adaptar menos a los cambios motores requeridos. Tiene su lógica: es en las primeras fases del desarrollo que aprendemos lo esencial para sobrevivir. Una vez aprendido, forma parte de los patrones de conducta, lo cual evita tener que aprender siempre lo mismo.
P. ¿Todo eso no se sabía ya?
R. Lo que no sabíamos es la base neuronal de este fenómeno. Ahora sabemos que tiene que ver con cambios anatómicos y funcionales. Y posiblemente, con cambios en la conectividad neuronal. El número de sinapsis tiende a reducirse con el tiempo hasta que quedan las esenciales para cada individuo. Este proceso de reducción depende del ambiente y de los mensajes que se reciben. Si llegamos a comprender los mecanismos neuronales que dan lugar a este fenómeno podríamos pensar en cambiar el sistema natural e inducir mayor plasticidad bajo ciertas circunstancias.
P. ¿En qué circunstancias?
R. Se podría modificar la estimulación de ciertas regiones del cerebro mediante fármacos o radiación magnética. Tras un infarto cerebral, no siempre la zona sana compensa las funciones de la dañada. Si se pudieran reducir esos impulsos o actuar farmacológicamente para alterar el balance químico que no permite la plasticidad, se podría entrenar al paciente para recuperar las zonas dañadas. ¿Cómo? Con movimientos repetitivos como los que efectúa un violinista con los dedos.
P. ¿Cuál es el fundamento de esa estimulación?
R. Sabemos desde hace casi un siglo que hay diferencias importantes entre los dos hemisferios cerebrales. El izquierdo es importante para la percepción de fonemas o de palabras, pero nunca se ha sabido por qué. Ahora estamos viendo un fenómeno semejante en el hemisferio derecho en relación con distintas frecuencias tonales. Creemos que es debido a una especialización de la corteza auditiva del lado derecho, que es muy sensible a los cambios de frecuencia.
P. ¿Es que hay un área especializada en música y otra en habla?
R. Lo que hay es una función muy primitiva que permite distinguir distintos rasgos acústicos. Y las diferencias que se dan entre los dos hemisferios son, en nuestra hipótesis, que no se trata tanto del habla y la música, sino de distintos niveles de sensibilidad para distintos rasgos acústicos, algo que tiene que ver con la física del sonido. Cuanto más rápidamente cambia el sonido, uno es menos capaz de medir la frecuencia.
P. ¿Y eso qué significa?
R. Significa que la evolución ha encontrado un sistema para resolver este problema. El cerebro ha desarrollado dos sistemas paralelos. Uno más lento, más sensible a las frecuencias, y otro más rápido pero menos sensible. Los dos sistemas funcionan de forma simultánea e interconectados. De esta manera se consigue acceso a mayor información del ambiente.
P. Por lo que dice, el habla y la música fueron posibles porque existía una especialización previa.
R. Muchos científicos piensan que las diferencias hemisféricas surgieron a raíz del desarrollo del sistema lingüístico. En realidad, sería al revés, ya existía una especialización y sobre ella la evolución desarrolló una habilidad.
P. ¿Qué otras diferencias han observado?
R. Que hay más sustancia blanca en el hemisferio izquierdo. Probablemente sea debido a que los axones de las neuronas tienen más mielina
[capa protectora que recubre el axón neuronal] y así pueden transmitir los impulsos nerviosos más rápidamente.
P. ¿Pueden conectarse estos conocimientos con algún tipo de aplicación?
R. Hay mucho interés ahora mismo en el ámbito de los implantes cocleares [para sordos], un dispositivo que permite transformar las ondas sonoras en impulsos eléctricos, pero que no siempre funciona adecuadamente. Pretendemos ver qué relación podrían tener estos fenómenos con la plasticidad, los impulsos que llegan al cerebro, la organización preexistente o la edad, lo que permitiría saber en qué pacientes está indicado el trasplante de cóclea.
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